Dedicado a mi bisabuela y sus 94 años
La ruta Valencia – Caracas se alargó más de 3 horas en varias paradas, un rato en naguanagua para saludar, hablar, recoger a mi bisabuela, subir la maleta, la cajita de las pastillas, el bolso con el nebulizador, el cubrecama, la almohada, el bolso de los zapatos, la bolsa, la otra bolsa, la cartera y yo.
La primera hora se resumió en bajar y subir los vidrios porque el carro se recalentaba y no se podía tener el aire prendido. La primera parada fue en Guaracarumbo, una arepera que funcionó de descanso para abrir el capó del carro un rato.
Nosotras aprovechamos el momento y fuimos al baño. Listo, abuela, ¿todo bien?, le pregunto. Ella dice que soy su bastón, eso, que para mí, es un elogio, me lo gané a punta de cariño, así que yo me encargo de estar pendiente, cuando estoy cerca de ella. Sí, me estoy abotonando la camisa.
Al salir del baño se ve en el espejo y se asombra: “mírame los pelos”. Abuela, así te ves súper bien, pareces una abuela rockera.
Menos mal que comió todo lo que comió antes de quedarnos accidentados: un pedazo de cochino, una arepa de pernil, un jugo de fresa y un café. Sí, todo eso cabe en una señora de 94 años.
De vuelta a la carretera, vi la oportunidad perfecta para tomar postales de viaje, alguna bomba de gasolina vacía en el medio de la nada, carteles que decían “chicharrón”, o “Se repara frente delantero” ¿y la vida? Pensé. Fotos de la vía, el sol, las montañas, la abuela, claramente.
Ella siempre me dice: “Ya me vas a retratar”. Se queja de que le tome fotos hasta cuando limpia la plancha de los dientes, pero yo sé que le gusta.
Lástima que no me dio tiempo de tomarle foto a una moto que llevaba una caja clap bien amarrada a la parrilla, como un tesoro, algo muy importante, el marco de la revolución y su decadencia: el legado viajando en una caja marrón. Lástima. Mi abuela ha contado varias veces que nunca se imaginó que el dinero no le alcanzaría para comprar sus medicinas. Hoy ella sufre las consecuencias de un sistema que nunca funcionó llamado chavismo.
Y ese ruido… ¿es el carro? Comenta mi tía. Sí, es la bomba de agua, responde su esposo, mientras atravesábamos la carretera vieja. En la primera oportunidad, en una parada de autobuses, nos estacionamos, el carro comenzó a botar humo, y ya no teníamos agua para echarle.
Accidentados
Señor, ¿cómo se llama esta zona? Kilometro 18, responde un hombre a mi tío. En ese momento llama a una Grúa que tardó más de una hora en llegar, lo que significó que en todo ese tiempo estuvimos descifrando si la grúa que veíamos por el retrovisor era la nuestra.
Luego de confundir a una que se acercaba a nosotros tocando corneta, por fin apareció la que nos llevaría a casa. Mi abuela responde que sí a mi pregunta sobre los nervios y me cuenta que era la primera vez en su vida que se iba a montar en “una cosa de estas”. Abuela, tú no has vivido, le digo. ¿Sabes cuántas veces nos hemos quedado accidentados nosotros en el palio?
Mi bisabuela, con sus 94 años, experiencia, viuda, con tres dictaduras encima: Gómez, Pérez Jiménez, y el chavismo, no se ha subido nunca a una grúa.
Se agarra de donde puede, me dice que se le va a subir la tensión. Mi tío se va adelante con el señor así que se baja del carro, y quedamos nosotras tres adentro con los vidrios abajo, tratando de subirlo a la grúa.
“A la derecha, un poquito al otro lado, no frenes, enderézalo, ponlo en neutro”, dice el señor de la grúa. “¿Qué hago? ¿Qué?” Grita mi tía, cuyo oído izquierdo está sordo. QUE UN POQUITO A TU DERECHA, le grito. Mi abuela entre risa y tensión se tapa la cara con una mano: yo no veo, yo no veo. De vuelta al procedimiento, mi tía vuelve a preguntar qué hacer.
Mi tío se intenta subir a la grúa para ayudar a mi tía con el carro. “Señor, cierre la puerta”, dice el gruero, preocupado. Se escucha en todo el ambiente un “ya va” casi gritado. El señor apaga la grúa y nos dice: “vamos a hacer esto calmados”.
De vuelta a lo que parecía fácil y con todos calmados, logramos terminar de subir el carro a la grúa y empezó el bamboleo de un lado a otro, desde Los Teques a San Bernardino, un viaje que no olvidaríamos nunca.
Desde la grúa
Mira, dice mi abuela señalando una bolsita blanca que lleva escrito “Equaliv” en letras verdes: Esto es lo que me ha ayudado a mí a superar todo, la muerte de todos mis hermanos, la de mi esposo, y la de mi hija.
Mi abuela, con su memoria intacta, recuerda la fecha exacta de cada uno de sus muertos, ella es la última de sus 8 hermanos. Hace dos años quedó viuda, su esposo, gocho, pilar de nuestra familia, murió luego de más de setenta años de casados, el noviazgo empezó en coro a los 15 años, pero fue a los 21 cuando se casaron y tuvieron 4 hijos de los que ahora solo quedan 2 mujeres y un hombre. Arelys, mi madrina, falleció de cáncer hace más de un año.
Con todas sus vivencias, sufrimientos, mudanzas, y entierros, mi bisabuela paseó desde Los Teques hasta San Bernardino en grúa. Tiempo suficiente para reírnos, escucharla, y también asustarnos. “Mamá, piensa que es una montaña rusa”, le decía su hija que estaba de copiloto.
Ahí estábamos nosotras, reinas del carnaval de un mal chiste recorriendo el centro de Caracas, hablando sobre la tumba profanada de la suegra de mi bisabuela, es decir mi tatarabuela, a quien, unos santeros –al parecer- le quitaron la cabeza.
Yo que he me mudado unas cuantas veces, que he atravesado el país, casi siempre desde Oriente, me tocó en esta ocasión viajar en una grúa con mi bisabuela. La vida – indudablemente y como escuché en un taller de cine- es un viaje, y en viaje pasan muchas cosas.
La palabra imprevisto está tatuada en el libro de nuestras memorias, y así como la muerte no avisa, así pasa en los viajes de carretera, que no son más que una buena comparación sobre la vida misma: una vía llena de huecos, gente, paisajes, lluvia, sol, y sobre todo accidentes.
Este año no podré acompañarte a soplar las velas y sé que lo entiendes. Sabes que no hay gasolina para los kilómetros que necesito recorrer hasta tu puerta, sabes que estamos en cuarentena y sobre todo tú te tienes que cuidar.
Hoy, en tu cumpleaños, te recuerdo y (re)escribo este relato mientras mi mente está en la vía hacia Caracas para verte, tomarnos un vino y hablar de la Venezuela que tanto recuerdas con cariño.
Texto: Andrea G. Torrealba