Hace días recibí el mensaje de éxito con la cita para vacunarme contra el coronavirus y sentí un gran alivio. Sabía que no iba a ser muy cómodo el protocolo ni la espera, así que me preparé mentalmente para eso. Al llegar a las afueras del hospital lo primero que noté fue la falta de distanciamiento social de las personas, lo que me causó incomodidad a primera vista ya que es una de las cosas que más procuro cuando tengo que salir a la calle.
Adicionalmente, las dos mujeres que iban delante de mí: una no estaba utilizando tapabocas y la otra jóven lo tenía en la mano. Una de ellas se mordía las uñas y la otra hablaba de lo imprudente que vestía una chica que aparentemente conocían. Lo que conversaban se escuchaba incluso más allá de la distancia que yo procuré.
A raíz de eso, solo “marqué mi cola” y me alejé metro y medio o dos metros del lugar que me correspondía; así permanecí hasta pocos metros de entrar. Momentos después llegó la persona que iba detrás de mí, un hombre, preguntó quién era el último; le respondí que era yo y también le señalé cuál era mi lugar.
Se ubicó detrás de las dos mujeres y se entretuvo con algunos vídeos que una de las jóvenes le mostraba a la otra. La distancia que el señor tenía era tan poca que disfrutaba cómodamente de la pantalla del teléfono.
Tiempo antes de ingresar, la aglomeración era aún mayor, la puerta era pequeña y por ahí no solo entraban las personas que iban a vacunarse, sino los pacientes que iban al área de pediatría.
Personas sin distanciamiento social en un hospital con pacientes con Covid-19
Al entrar al hospital, en el que se encuentran múltiples casos de Covid-19, las cosas no fueron diferentes. La señora que organizaba a las personas les señaló que se sentaran en unos bancos, los que usualmente se encuentran en las salas de espera, unos al lados de los otros.
La uniformada con camisa roja, me pidió que me sentara en uno de esos asientos; yo le respondí lo más educadamente posible que prefería quedarme parado, a lo que ella me invitó entonces que me pegará a una pared cercana a esa silla, lo que hice. De igual forma no me sentí muy cómodo porque la distancia no era muy extensa.
Luego de eso nos solicitaron que hiciéramos otra “fila india uno ditrás di otro”, cómo lo describió una señora morena con uniforme militar; como vio que no me quise incorporar a la fila dónde todos estaban pegados me lo pidió directamente: “joven métase ahí”.
Sin embargo la ignoré, la verdad estaba dispuesto a discutir ya que no me iba a arriesgar a estar tan cerca de las personas. Antes de que iniciara un debate entre por qué no obedecía y que tenia que acatar órdenes, empezaron a avanzar. Fue en ese momento en el que me uní a los demás, viendo que por la caminata se podía mantener una separación prudente. Al llegar a las afueras del consultorio dónde estaban las enfermeras que vacunarían a los asistentes, nos ubicaron pegados a la pared externa de un largo pasillo.
Yo era el primero e intenté mantener la distancia con la persona que me seguía, pero por mucho que caminara hacia adelante el hombre se me seguía acercando y no podía reclamarle que se alejara porque no tenía espacio para hacerlo; el asistente que estaba detrás de él no le daba espacio para que se alejara. Ahí me mantuve unos minutos.
Incongruencias en la información
Un médico salió a dar información sobre la vacuna y pidió que no dejáramos de tomar las previsiones necesarias para evitar contagiarnos; entre las que mencionó el distanciamiento social. En el momento que lo dijo, no pude evitar preguntar: “¿cuál distanciamiento?” en voz alta. Él y los otros asistentes me vieron, pero solo eso, no dijo nada al respecto y los demás tampoco se separaron.
Cuando el profesional de la salud terminó de hablar, que en parte me pareció incongruente el hecho que mencionara las previsiones y no solicitará directamente un distanciamiento, entró al consultorio. Por mi parte, después de otros pocos minutos de estar formado y no tener más espacio para adelantarme, solo me tocó cruzar el pasillo y esperar escuchar mi nombre del otro lado.
Pero mi distanciamiento duró poco. Otros minutos después de que cruzara el pasillo para apartarme de la aglomeración de personas; quienes estaban al final de la cola cruzaron el pasillo y se empezaron a acercar uno a uno detrás de mí. Ya cuando no soporté la cercanía decidí ir hasta atrás, dónde ya no había nadie y dónde podía escuchar mi nombre cuando lo mencionaran.
En ese momento sentí un gran alivio. Estaba seguro que nadie se me acercaría porque todos iban hacia adelante y yo desde atrás estaba lo suficientemente alejado de ellos y con una buena audición.
Finalmente escuché mi nombre. Entré evitando tocar a alguien entre la multitud para que me vacunaran. Tomaron mis datos y llenaron mi tarjeta de vacunación; en la que, cabe destacar, pedí que escribieran también Sinopharm, además de Vero Cell.
Un mayor cuidado disminuye el riesgo de contagio
Estaba todo listo, me levanté la manga de la franela y me vacunaron. Cuando salí del consultorio vi que lo que empezó como una fila de personas, terminó siendo una aglomeración de personas ansiosas por escuchar su nombre para vacunarse. Rosándose unos con otros sin importar si incluso entre ellos había un foco de infección. Salí de ahí evitando tocar a las personas y lo más rápido que pude. Todo había terminado.
No nombro el hospital porque esto no es una denuncia, es una experiencia de un jovenjóven
que intenta cuidarse en la medida de lo posible de un contagio porque, a parte del riesgo de salud que implica, incluso fatal, para mí, mis familiares o amigos; enfermarse en Venezuela es un lujo que solo las personas con dinero pueden darse.
Además, mientras más nos cuidemos, manteniendo un distanciamiento social o usando tapabocas menor es el riesgo de enfrentarse a una enfermedad como el virus del Covid-19 que tantas vidas se ha cobrado desde su primera aparición en Wuhan, China.