Desde que tengo uso de razón soy un pato, nací como la mayoría de ellos, pero a pesar de eso no tengo pico, piernas o patas naranjas y menos sus plumas blancas. Se supone que al nacer las plumas de un bebé pato deben ser amarillas, en mi caso no fue así, tuve una paleta de colores, una especie de pato arcoíris.
Nacer diferente en una sociedad tan igual es de inmediato un problema, aun cuando mi único factor diferenciador era tener plumas de arcoíris, porque anatómicamente era tan parecida a cualquier pato de mi familia o de nuestro estanque, podía nadar, girar mi cabeza completamente para limpiarme, tenía mis plumas aprueba de agua, es decir era tan pato como cualquiera de ellos. Pero no era suficiente, no era normal, y al no serlo daba miedo.
Mis padres decidieron pintar mis plumas y todos en el estanque estuvieron de acuerdo, parecía ser una buena solución, ya nadie me veía diferente. Todos los demás patitos querían jugar conmigo, pero no podía ir al estanque; si mis plumas se mojaban seria de nuevo un patito de colores con el nadie quiere estar. Así que cada día tenía una excusa para jugar otra cosa que no implicara ir al estanque.
Una noche fui al estanque, pensé que no había nadie, así que nade y me lave la pintura, porque la verdad me picaba mucho, estaba agotada de pasar cada día de mi vida con un color que no era el mío. Como les contaba: esa noche si había alguien en el estanque, era hermosa, de cuello largo, sus patas se deslizaban majestuosamente cuando nadaba, me quise acercar pero abrió sus alas para volar y todo se paralizo, el ritmo fue tan lento que solo vi como la luna la iluminaba antes de irse.
Imaginar que pudiera ver mis colores me aterraba
Espere algunos días para volver al estanque, y quien sabe si contaba con la suerte suficiente de verla nuevamente, hablarle y preguntarle qué era, porqué era tan perfecta. Ese día lleve pintura de repuesto en mi bolso, imaginar que pudiera ver mis colores me aterraba. Tracé un plan donde no podía mojarme y solo le hablaría desde una superficie seca, donde era un pato normal, no la “pato arcoíris”.
Ahí estaba, tan perfecta como la primera vez, nunca había tenido tanto miedo de no gustarle a alguien y resuelta que fue ella la que me hablo, “oye, ¿no eres tú la pato de colores? La que estuvo aquí la otra noche, tus plumas parecen un arcoíris”. Justo en ese momento se presentaban dos escenarios, en ambos yo quedaba ridiculizada o eso era lo que yo pensaba; podía correr y no volver nunca, de esa forma ella no se burlaría de mí, pero no la vería más; mientras en otro escenario podría decirle que sí, que yo soy la patito arcoíris, en el peor de los casos ella haría lo que hacen los demás, reírse, llamar a sus amigos y burlarse de mí.
Para mi sorpresa ella no quería burlarse, al contrario le fascinaron mis colores, paso horas hablando de lo maravillosas que eran mis plumas. Me preguntó por qué esconder algo que me hace ser tan especial, yo no sabía que responder, siempre me dijeron que debía encajar, ser normal. Hasta ese momento nunca nadie me había brindado la oportunidad de decir lo que sentía cuando escondía mis colores.
Ella un cisne, un ave tan hermosa, me veía a mí como algo extraordinario. Ese día se acabó la pintura en mi vida, se fue el miedo, aprendí a amarme con mis plumas diferentes. Desde ese encuentro no necesite aprobación de un tercero, porque cambiar para que te amen o acepten no es la normalidad. Cada día de mi vida voy al estanque que me plazca, nado con todos mis colores y amo a quien quiero.
Dedicado a todos los patos arcoíris que luchan sus batallas contra la HomoTransBifobia.